sábado, 22 de agosto de 2009
Amalgama, Segunda Entrega
Aquel lugar siempre me resultó acogedor: era mi refugio del cruel mundo exterior. Los libros que me rodeaban y podía tomar a gusto eran mi pasaje a una realidad en la que no era otro fracasado más. Era quien yo quisiera ser. Por eso los amaba tanto. La posibilidad de sumergirme en una vida ajena e interesante me resultaba indescriptiblemente maravillosa.
Tomé un viejo volumen de la repisa sur y me senté. A pesar de haber leído mil millares de veces Alma Katyr, siempre me resultaba divertido hacerlo nuevamente, descubriendo un detalle que antes me había perdido, buscando una interpretación diferente a sus palabras.
Al finalizar cada capítulo, miraba por sobre las amarillentas hojas “ecológicas”. Sin embargo, el lugar estaba desierto, como solía estarlo siempre. Fue así hasta que llegué a terminar con la primera parte del libro.
Esperando no encontrar nada, no observé con mucho detenimiento, y, sumado al hecho de que el movimiento de cabeza se había vuelto tan automático, tardé unos capítulos más en darme cuenta de que, efecto, había alguien más aparte de mí. Medio sintiendo una presencia, al concluir la lectura del capítulo tres, dirigí una decente mirada a lo largo de la biblioteca. Tal como había supuesto, no estaba solo. Había un muchacho más. Me clavó unos ojos turquesa que me petrificaron. No podía siquiera parpadear. Su gélida y profunda mirada me había paralizado. El brillo del sol que se colaba por las ventanitas detrás suyo volvían resplandecientes y dorados sus desordenados cabellos, los cuales supuse serían normalmente color café. Es más que seguro que abrí la boca, sin alcanzar a decir nada, en una especie de humillante estado de shock.
Pasados unos segundos, sin dejar de observarme fijamente, se levantó. Dejó el libro que estaba leyendo en mi mesa, y se fue. El contacto visual se rompió sólo cuando las puertas de roble, a medio pudrirse, se cerraron. Sólo entonces volví a tener control de mi cuerpo.
martes, 18 de agosto de 2009
Franzi: Bienvenida/Welcome/Willkommen
Aún no me cierra el hecho de que hayas querido venir hasta el miserioso e inexistente culo del mundo, pero acá estás. Yo tuve a una estudiante de intercambio en mi casa antes: Alessandra, mi hermanita italiana. Durante las primeras semanas sé que se extraña, asíque habla conmigo cuando quieras, que el sistema lo conozco.
Para que sepas: pienso seguir tus pasos e irme yo también de intercambio cultural, pero a Suecia.
Sin más, deseo conocerte mejor a vos, tu cultura, y que tengas una muy buena experiencia en Argentina.
Esteban/Testi/Steve/Como sea que quieras llamarme.
Por se que recién llegas (calculo), acá tenés la versión en inglés:
Today, a new student joined our class. Germany, that's were she's from. Although we were a little too much interested in you and may have scared you, I hope that you felt welcomed and that we may become friends in the future. Even if you don't understand Spanish much yet, you HAVE TO visit this blog, at least occasionally.
I still don't get the reason why you're here, but here you are ! I had a cultural exchange student (an Italian girl named Alessandra) at my house a couple of years ago, so I know how difficult can the first weeks be: don't hesitate in talking to me if you want to.
Just so that you know: I plan to do this experience too, but in Sweden.
I think there's nothing else to say, so I wish you a good experience here in Argenina, and to get to know you and your culture.
Esteban/Testi/Steve/Howeve you like to call me
viernes, 14 de agosto de 2009
Amalgama, Entrega 1
Hay una muy especial ceremonia cuando alumnos nuevos ingresan en un curso ya establecido. Los grupos formados con anterioridad integran a unos pocos selectos.
Algunos salen favorecidos, y se unen a los “Directivos”, como son llamados los populares, líderes del rebaño estudiantil. Los requerimientos son simples: dinero y belleza. Si los tienes, tienes garantizada una posición estratégica: serás de capaz de conseguir todo cuanto quieras. Sin embargo, éste, lamentablemente, puesto que carecía de ambos, no era mi caso.
Tarde.
—Como siempre —nunca olvidaban recordarme mis tan queridos compañeros.
Es casi indescriptible cuánto los odiaba, ¡Y con razón! Me habían excluido desde el día en que crucé la entrada de Saint Frederic, una de las más prestigiosas y antiguas instituciones del solemne país de Lekishire. Nunca nadie osó contrariar a los Directivos. Bueno, casi nadie debo admitir. Leah e Iluenr fueron los únicos que se apiadaron de mí y decidieron hablarme. Quizás, porque ellos también eran parte del grupo de los rechazados, incluso por los demás rechazados sociales.
Fueron sus rostros los primeros que vi cuando abrí la puerta, con lentitud y sigilo. Me devolvieron una mirada nerviosa e intenté llegar a mi pupitre con cuidado. Sin embargo, mi eterna torpeza me condenó una vez más. Golpeé la pierna con el banco de Charlie Simmons, uno de los miembros de la elite aristocrática del salón de clase. Me miró. Su boca esbozó una sonrisa burlona que me paralizó del terror y dijo, en una voz exageradamente alta y chillona:
—Ten más cuidado, amigo Steve.
Como es obvio, la profesora llegó a escucharlo. Se volteó violentamente y me fulminó con la mirada.
—Siéntese, Morrison —sentenció, aunque había sido exactamente eso lo que intenté hacer, de modo que me encaminé cabizbajo, sintiendo cómo clavaba sus profundos y oscuros ojos pardos en mi espalda como afiladas navajas—. Espero que esta decepcionante conducta no se repita —agregó, enfatizando la palabra “decepcionante”, en cuanto conseguí llegar.
Sin más, con aquella misma asombrosa velocidadde antes, irracional para su edad, volvió a darse la vuelta, y prosiguió con la explicación de lo establecido por
—Mal día para retrasarse —comentó Leah en voz baja—. La segregación de
—Lo sé, pero no esta vez no tuve yo la culpa de la tardanza, el maldito motor del bus murió a mitad de camino, tuve que correr hasta aquí, y... —no terminé la frase.
Mi amiga había enmudecido, su rostro mostraba una mezcla de asombro y temor.
—¡Morrison! —exclamó la profesora, golpeando rabiosa mi pupitre con una regla, tan cerca de mi mano que pude sentir dolor—. Le concedo que llegue tarde, pero… —bajó la voz unas milésimas, y luego exclamó: —¡No toleraré que falte el respeto a aquellos que dieron sus vidas, luchando para destituir el régimen de Tolerancia Cero!
No sabía qué decir. Quería disculparme, pero no podía pensar en las palabras correctas para hacerlo. La mujer me lo solucionó, echándome casi a patadas del salón de clase, mientras las miradas se centraban en mí, tan hirientes como la expresión de la profesora. Las sentí escoltarme hasta la puerta.
Excusas, Excusas, 2
Como sea, este nuevo proyecto no está ni cerca de terminar. Apenas son 6 páginas, pero iré posteando por partes, lentamente, porque a nadie (excepto por una ínfima excepción) parece interesarle leer mucho de mi material. Bueno, sin más, mis inexistentes y fieles lectores, disfruten de mis futuros posteos.
lunes, 10 de agosto de 2009
El Tren de las Ocho
La alarma no había sonado y había dormido de más. Sin embargo, con un poco de voluntad, resistencia, no desayunar, y cruzar en diagonal del extremo de una cuadra a la otra, a zancadas, corriendo y jadeando, con un profundo dolor en el pecho por la violenta entrada y salida de aire, llegué a la estación a tiempo.
Miré mi reloj. Ocho menos cinco pasadas. El tren llegaría en cualquier momento, por lo que decidí sentarme en uno de los desvencijados bancos de pino verde a recuperarme y esperar, mientras observaba a la gente ir y venir, sin un rumbo o destino definido, sin un propósito, como androides carentes tanto de sentimientos como de voluntad. Tal era mi crítica de los ciudadanos de Nueva Bothingham. Fue, quizás, por eso que me alegré tanto al oír el chirrido de los viejos carriles, anunciando la llegada del tren.
No está de más decir que me precipité dentro. Odiaba a aquella muchedumbre. Por fortuna, los pasajeros que tomaban diariamente el expreso a Katya eran en su mayoría de los pueblos vecinos. Buena gente, en cuestión.
Sin embargo, había una razón especial por la que cada mañana acudía siempre a la misma hora y la misma estación. No daré nombres ni sexo, sólo le llamaré R.
Al entrar, me senté en el lugar más cercano e, inmediatamente, escudriñé el compartimiento. Ni el más recóndito lugar se escapó de mi vista, digna de la más prestigiosa de las aves rapaces. Fue por eso que concreté que no estaba allí. Sin darme cuenta, comencé a mover mis manos frenéticamente, ansioso, nervioso, como cual drogadicto sin su droga. Es gracioso, pues R era la mía propia. Quizás, por eso fue que me levanté e investigué, lo más disimuladamente posible, los demás vagones del tren. Uno por uno, fui examinando.
Mi desesperación iba creciendo a medida que comprobaba su ausencia en cada uno de los compartimientos que revisaba.
Estaba al borde del abismo de la desesperanza y desazón, cuando finalmente le vi, descansando en el último asiento del vagón final. Me conocía lo suficiente como para saber cómo me pondría al sentarme a su lado, por lo que decidí hacerlo frente suyo.
Me di cuenta de que había ingresado en mi estado catatónico cuando el contacto de sus ojos con los míos me despertó. Nuestras miradas se cruzaron por un breve instante que, a mi juicio, fue eterno. Desvió rápidamente la vista, mientras me preguntaba cuánto tiempo le habría estado viendo. No a R en cuestión, sino al motivo por el cuál le llamaba así. R era por rizos, aquellas finas hebras color ámbar que brillaban con el débil Sol del atardecer que ingresaba por las diminutas pero numerosas ventanas. Su cabello era tan llamativo y atractivo como lo era de perfecto.
¡Cómo me cautivaba aquello! No había vez que no me embobase viéndole, y entonces sucedía. Todas las mañanas, a las ocho y cuarenta y tres, apenas dos minutos antes de que el tren se detuviese en la estación de Perry, tomaba la decisión. Mis cuerdas vocales, lentamente, se preparaban para vibrar y generar la frase.
Apenas lograba balbucear una serie de vocablos sin el más mínimo sentido o coherencia. Sin embargo, conseguían que por lo menos se voltease, aunque fuese sólo un instante, para luego volverse nuevamente a la puerta mecánica y salir.
Y así, cada día me quedaba con las palabras en la boca, esperando al siguiente para asomarse tímidamente, en busca de una nueva oportunidad, en un horrible ciclo de interminable sufrimiento.
jueves, 6 de agosto de 2009
Amistad
¿Entonces cuál es el verdadero significado de la palabra "amigo"?
Solemos definirlo como una persona, cercana a la nosotros, a la cual conocemos y apreciamos mucho, y si lo pensamos, la mayoría de las que conocemos no entra en esta simlpe clasificación. ¿Alguna vez nos preguntamos por qué igualmente los llamamos así?
Mi opinión, es porque sentimos la necesidad de ser más cercanos a las personas, o tal vez por el simple hecho de que, al ser tan desinteresados el uno por el otro, el conocerse no sea un verdadero requerimiento para ser amigo.
Sin duda apreciaremos a aquel que llamamos así, pero sólo lo suficiente como para no odiarle.
Esto no puede osar llamarse "amistad".
Estos son los motivos por los que yo creo que no puede ser considerado un amigo así. Deberíamos reafirmar este concepto. Es una denominación prestigiosa dentro de las relaciones de un individuo, merece un poco más de exclusividad.
Creo que un verdadero amigo es aquel que puede tolerarte.
Alguien que, a pesar de que lo hieras, incluso sabiendo que quizás lo hagas otra vez, vuelve. Porque sabe que no quisiste hacerlo.
Alguien con el que te peleas pero sabes que, aún así, en el fondo te sigue apreciando, te sigue queriendo.
Alguien que aceptará tus disculpas cuando sea necesario, y que te rendirá las suyas propias también.
Alguien que te respeta y que tu también respetas.
Alguien en quien pudes confiar y que confiará en tí.
Alguien que, por más que quieras, no podrás odiar, y que no podrá odiarte.
Alguien que siempre estará ahí cuando lo necesites, y que cuando te necesite también estarás.
Alguien con el que no necesitas tener intereses comunes ni nada similar, sino que con que te quiera basta.
Alguien a quien, con total seguridad, puedas llamar amigo.
Excusas, Excusas
A pesar de que no tenga talento, me gusta saber que la gente al menos se toma la molestia de leer algo de lo que escriba antes de mandarme a la mierda cuando empiezo a hablar de mis proyectos.
Sin más, hasta futuras publicaciones.