sábado, 21 de noviembre de 2009

La Ambición y la Jactancia - Los Murciélagos

La Ambición y la Jactancia ~

Lo que siguió fue otro silencio incómodo, pero como pocos, cubierto cada tanto por un eventual aclarar de su garganta o de la mía.

Luego de un rato —que lo lamento por los que buscan precisión, pero me resulta imposible de medir, espero les alcance con que diga que se hizo eterno—, levanté la mirada, y, sin atreverme a verle a los ojos, afirmé:

—Nadie puede entenderme —se volteó, y lo sentí, pero no pude mirar en sus ojos hasta que, tras segundos, continué. —Al menos, no completamente.

—Pero eso es normal, todos tenemos nuestras diferencias y —intentó excusar, pero lo detuve.

—No es tan simple. Tienen pocas aspiraciones en sus vidas. Vuelan demasiado bajo. Yo tan sólo pienso a futuro, creo que, si tengo algo, tengo también el derecho de mostrarlo. No es malo. Pero ellos ven mis ambiciones y mis jactancias como algo terrible. Prohibido incluso —no hacía más que asentir ante mis quejas, pero no me importaba. Realmente necesitaba descargarme en alguien. —Creo que deberían saber bien de qué me acusan antes de hacerlo. —saqué un diccionario de la mochila. —Mira.

—No es necesario...

—Sí lo es —rugí. No me importó lo violento y frenético que sonaba y me veía. Tras meses de intentar sobrellevarlo, finalmente podía hablar de ello. —Ambición: pasión por conseguir poder, fama, etcétera. ¿Ves algo malo? —no lo dejé replicar, simplemente pasé a otra página. —Jactancia: alabanza presuntuosa de sí o de algo que uno posee. Presuntuoso, -sa: —mi tono iba en aumento— lleno de presunción y orgullo. Presunción: acción y efecto de presumir. Presumir: mostrarse satisfecho en exceso de uno mismo o sus cosas.

Me di una pausa para respirar. Había dicho todo aquello con rabia, y a una velocidad tal, que dudaba mi acompañante realmente hubiera oído. Una vez recuperé el aliento, dije, señalando al vacío en una expresión desafiante:

—No tienen autoestima y no quieren que yo la tenga tampoco, o simplemente son ignorantes del verdadero significado de lo que dicen. O... —bajé el dedo. No pude continuar.

Los Murciélagos ~

Me callé y bajé la mirada una vez más. Me abracé para protegerme del frío. Del frío de sus pensamientos acusadores, revoloteando en mi mente, como repulsivos murciélagos. Monstruos disfrazados. Pequeños perros en cubierto. Si los miras de cerca verás que se parecen. Te sentirás atado a ellos, y no podrás ver que en realidad son algo más. Diferente. Ni una pizca de ternura o inocencia hay en ellos. Pero te engañarás, porque no quieres aceptar que el cachorro tiene alas de demonio, colmillos de serpiente, y un afán por tu sangre que rivaliza al de un verdadero vampiro.

Esperó unos momentos hasta verme calmar. Entonces, finalmente se atrevió a preguntar.

—¿O?

—O simplemente no les importa en lo más mínimo lo que tenga para decir —levanté la mirada una vez más, y busqué en sus ojos una respuesta. No la hubo. Hice una mueca, pensando: “Lástima”. —Creo que piensan que todo lo que digo es estúpido. Nunca tiene sentido para ellos. No me toman como una persona seria. Es gracioso, porque en realidad lo soy, es sólo que, cuando los conocí, quise empezar de cero. Ser otro yo. Al principio era maravilloso. Era tan perfecto. Fue el mejor verano de mi vida. Pero cuando terminó... —incapaz de expresar los sentimientos de decepción y depresión de los últimos meses, me limité a suspirar—. Creo que me equivoqué. Debí ser yo mismo. Ahora lo sé —reí histéricamente. Fue una única carcajada, pero cargada del mayor nerviosismo que cualquier otra hasta aquel momento. — ¿Y tú que opinas?

lunes, 12 de octubre de 2009

Sick and Tired

Ya estoy harto. Harto de esta maldita rutina en que se ha convertido mi miserable vida. Sí, miserable. Entre la escuela, Inglés, Japonés y Teatro, ya no tengo tiempos.
El poco tiempo que queda entre tareas y clases, lo consumen las dos cajas idiotas. Ya no leo. Ya no escribo.

Las salidas con mis amigos, ya no las disfruto. Siento que no los conozco. No puedo integrarme en sus conversaciones. Los siento como si fueran extraños. Mi mejor amiga, la única persona a la que realmente puedo, y quiero llamar mejor amiga, siento que nuestra relación se desvaneció.
¿Qué pasó con esos días de verano? Cada instante de nuestras vidas, la pasábamos todos juntos. Fue el mejor verano de toda mi vida. Pero desde que empezó la escuela... de mal en peor.

Lo voy a decir: me diste envidia, amiga amalgamada. Y mucha. Vos y yo estábamos separados del resto hasta el año pasado. Cuando me dijiste que te ibas a cambiar de escuela, al colegio del sol, Dios, cómo te odié. Iba a ser yo el único excluido. El único que siempre estaba separado del resto.

Los del Sol y los de la Mañana del Supe. Todos juntos. Podían reunirse siempre que quisieran. Todos al mismo horario. Excepto yo. Quedé pudriéndome solo. Cómo los odié, y a la vez extrañé, a todos ustedes.

Fueron meses y meses de depresión. En vacaciones de invierno tampoco pudimos vernos mucho.

Ahora, los fines de semana ya no los puedo disfrutar.

Antes del receso por la gripe A, creo yo, no podía esperar a que llegaran los fines de semana para verlos. Me daban ganas de llorar de la emoción cada vez que nos reuníamos. Pero ahora. Ja! Ahora siento que no los puedo ni ver.

Y peor, hay veces en que siento cómo me juzgan. Ustedes no me entienden. Confunden mi ambición con envidia y codicia. Y no dudan en recordarme su opinión siempre que pueden. Otras, se ríen de lo inútil que soy.

Sí, se que exagero. Siempre lo hago, por eso me parece muy difícil diferenciar cuándo se están riendo de mí en serio, y cuándo es solamente una joda.

Quiero que ésto cambie. Quiero que la escuela se termine, que toda la rutine se termine. Quiero estar con ustedes. Quiero recuperar mi amistad con ustedes. Pero más importante, quiero volver a ser tu verdadero amigo amalgamado.

sábado, 22 de agosto de 2009

Amalgama, Segunda Entrega

No sabía qué hacer. En realidad, nunca sabía qué hacer cuando me echaban del aula, acontecimiento que, muy a mi pesar, sucedía casi a diario, de modo que decidí partir hacia la biblioteca.
Aquel lugar siempre me resultó acogedor: era mi refugio del cruel mundo exterior. Los libros que me rodeaban y podía tomar a gusto eran mi pasaje a una realidad en la que no era otro fracasado más. Era quien yo quisiera ser. Por eso los amaba tanto. La posibilidad de sumergirme en una vida ajena e interesante me resultaba indescriptiblemente maravillosa.
Tomé un viejo volumen de la repisa sur y me senté. A pesar de haber leído mil millares de veces Alma Katyr, siempre me resultaba divertido hacerlo nuevamente, descubriendo un detalle que antes me había perdido, buscando una interpretación diferente a sus palabras.
Al finalizar cada capítulo, miraba por sobre las amarillentas hojas “ecológicas”. Sin embargo, el lugar estaba desierto, como solía estarlo siempre. Fue así hasta que llegué a terminar con la primera parte del libro.
Esperando no encontrar nada, no observé con mucho detenimiento, y, sumado al hecho de que el movimiento de cabeza se había vuelto tan automático, tardé unos capítulos más en darme cuenta de que, efecto, había alguien más aparte de mí. Medio sintiendo una presencia, al concluir la lectura del capítulo tres, dirigí una decente mirada a lo largo de la biblioteca. Tal como había supuesto, no estaba solo. Había un muchacho más. Me clavó unos ojos turquesa que me petrificaron. No podía siquiera parpadear. Su gélida y profunda mirada me había paralizado. El brillo del sol que se colaba por las ventanitas detrás suyo volvían resplandecientes y dorados sus desordenados cabellos, los cuales supuse serían normalmente color café. Es más que seguro que abrí la boca, sin alcanzar a decir nada, en una especie de humillante estado de shock.
Pasados unos segundos, sin dejar de observarme fijamente, se levantó. Dejó el libro que estaba leyendo en mi mesa, y se fue. El contacto visual se rompió sólo cuando las puertas de roble, a medio pudrirse, se cerraron. Sólo entonces volví a tener control de mi cuerpo.

martes, 18 de agosto de 2009

Franzi: Bienvenida/Welcome/Willkommen

Hoy llegó a nuestro querido curso una alumna nueva. Alemania, tal es su procedencia. Espero se sienta bienvendida, incluso a pesar de todo lo que la sofocamos hoy invadiendo su espacio personal, y que seamos buenos amigos. Por más que no entiendas demasiado español, estás OBLIGADA a visitar mi blog.
Aún no me cierra el hecho de que hayas querido venir hasta el miserioso e inexistente culo del mundo, pero acá estás. Yo tuve a una estudiante de intercambio en mi casa antes: Alessandra, mi hermanita italiana. Durante las primeras semanas sé que se extraña, asíque habla conmigo cuando quieras, que el sistema lo conozco.
Para que sepas: pienso seguir tus pasos e irme yo también de intercambio cultural, pero a Suecia.
Sin más, deseo conocerte mejor a vos, tu cultura, y que tengas una muy buena experiencia en Argentina.
Esteban/Testi/Steve/Como sea que quieras llamarme.

Por se que recién llegas (calculo), acá tenés la versión en inglés:
Today, a new student joined our class. Germany, that's were she's from. Although we were a little too much interested in you and may have scared you, I hope that you felt welcomed and that we may become friends in the future. Even if you don't understand Spanish much yet, you HAVE TO visit this blog, at least occasionally.
I still don't get the reason why you're here, but here you are ! I had a cultural exchange student (an Italian girl named Alessandra) at my house a couple of years ago, so I know how difficult can the first weeks be: don't hesitate in talking to me if you want to.
Just so that you know: I plan to do this experience too, but in Sweden.
I think there's nothing else to say, so I wish you a good experience here in Argenina, and to get to know you and your culture.
Esteban/Testi/Steve/Howeve you like to call me

viernes, 14 de agosto de 2009

Amalgama, Entrega 1

Hay una muy especial ceremonia cuando alumnos nuevos ingresan en un curso ya establecido. Los grupos formados con anterioridad integran a unos pocos selectos.

Algunos salen favorecidos, y se unen a los “Directivos”, como son llamados los populares, líderes del rebaño estudiantil. Los requerimientos son simples: dinero y belleza. Si los tienes, tienes garantizada una posición estratégica: serás de capaz de conseguir todo cuanto quieras. Sin embargo, éste, lamentablemente, puesto que carecía de ambos, no era mi caso.


Tarde.

—Como siempre —nunca olvidaban recordarme mis tan queridos compañeros.

Es casi indescriptible cuánto los odiaba, ¡Y con razón! Me habían excluido desde el día en que crucé la entrada de Saint Frederic, una de las más prestigiosas y antiguas instituciones del solemne país de Lekishire. Nunca nadie osó contrariar a los Directivos. Bueno, casi nadie debo admitir. Leah e Iluenr fueron los únicos que se apiadaron de mí y decidieron hablarme. Quizás, porque ellos también eran parte del grupo de los rechazados, incluso por los demás rechazados sociales.

Fueron sus rostros los primeros que vi cuando abrí la puerta, con lentitud y sigilo. Me devolvieron una mirada nerviosa e intenté llegar a mi pupitre con cuidado. Sin embargo, mi eterna torpeza me condenó una vez más. Golpeé la pierna con el banco de Charlie Simmons, uno de los miembros de la elite aristocrática del salón de clase. Me miró. Su boca esbozó una sonrisa burlona que me paralizó del terror y dijo, en una voz exageradamente alta y chillona:

—Ten más cuidado, amigo Steve.

Como es obvio, la profesora llegó a escucharlo. Se volteó violentamente y me fulminó con la mirada.

—Siéntese, Morrison —sentenció, aunque había sido exactamente eso lo que intenté hacer, de modo que me encaminé cabizbajo, sintiendo cómo clavaba sus profundos y oscuros ojos pardos en mi espalda como afiladas navajas—. Espero que esta decepcionante conducta no se repita —agregó, enfatizando la palabra “decepcionante”, en cuanto conseguí llegar.

Sin más, con aquella misma asombrosa velocidadde antes, irracional para su edad, volvió a darse la vuelta, y prosiguió con la explicación de lo establecido por la Ley de Cero Contacto de 1920.

—Mal día para retrasarse —comentó Leah en voz baja—. La segregación de la Ley la pone de un humor aún peor que el habitual.

—Lo sé, pero no esta vez no tuve yo la culpa de la tardanza, el maldito motor del bus murió a mitad de camino, tuve que correr hasta aquí, y... —no terminé la frase.

Mi amiga había enmudecido, su rostro mostraba una mezcla de asombro y temor. Intentó decir algo, pero sólo consiguió tartamudear. Acabé por darme cuenta de lo que intentaba decirme, pero ya era demasiado tarde.

—¡Morrison! —exclamó la profesora, golpeando rabiosa mi pupitre con una regla, tan cerca de mi mano que pude sentir dolor—. Le concedo que llegue tarde, pero… —bajó la voz unas milésimas, y luego exclamó: —¡No toleraré que falte el respeto a aquellos que dieron sus vidas, luchando para destituir el régimen de Tolerancia Cero!

No sabía qué decir. Quería disculparme, pero no podía pensar en las palabras correctas para hacerlo. La mujer me lo solucionó, echándome casi a patadas del salón de clase, mientras las miradas se centraban en mí, tan hirientes como la expresión de la profesora. Las sentí escoltarme hasta la puerta.

Excusas, Excusas, 2

Lamentablemente, la historia que había prometido no logró llegar hasta acá. Menos de tres capítulos terminados, y ya sin la más perra idea de cómo seguirla. Eventualmente la postearé para que, si son caritativos, aporten. Hasta tanto, les presento una nueva y, creo, original historia. Título aún a designar. Estudiantes Desesperados volverá más adelante. Ya van a ver que con esta otra se van a interesar más por los resuelve-suicidios.
Como sea, este nuevo proyecto no está ni cerca de terminar. Apenas son 6 páginas, pero iré posteando por partes, lentamente, porque a nadie (excepto por una ínfima excepción) parece interesarle leer mucho de mi material. Bueno, sin más, mis inexistentes y fieles lectores, disfruten de mis futuros posteos.

lunes, 10 de agosto de 2009

El Tren de las Ocho

La alarma no había sonado y había dormido de más. Sin embargo, con un poco de voluntad, resistencia, no desayunar, y cruzar en diagonal del extremo de una cuadra a la otra, a zancadas, corriendo y jadeando, con un profundo dolor en el pecho por la violenta entrada y salida de aire, llegué a la estación a tiempo.

Miré mi reloj. Ocho menos cinco pasadas. El tren llegaría en cualquier momento, por lo que decidí sentarme en uno de los desvencijados bancos de pino verde a recuperarme y esperar, mientras observaba a la gente ir y venir, sin un rumbo o destino definido, sin un propósito, como androides carentes tanto de sentimientos como de voluntad. Tal era mi crítica de los ciudadanos de Nueva Bothingham. Fue, quizás, por eso que me alegré tanto al oír el chirrido de los viejos carriles, anunciando la llegada del tren.

No está de más decir que me precipité dentro. Odiaba a aquella muchedumbre. Por fortuna, los pasajeros que tomaban diariamente el expreso a Katya eran en su mayoría de los pueblos vecinos. Buena gente, en cuestión.

Sin embargo, había una razón especial por la que cada mañana acudía siempre a la misma hora y la misma estación. No daré nombres ni sexo, sólo le llamaré R.

Al entrar, me senté en el lugar más cercano e, inmediatamente, escudriñé el compartimiento. Ni el más recóndito lugar se escapó de mi vista, digna de la más prestigiosa de las aves rapaces. Fue por eso que concreté que no estaba allí. Sin darme cuenta, comencé a mover mis manos frenéticamente, ansioso, nervioso, como cual drogadicto sin su droga. Es gracioso, pues R era la mía propia. Quizás, por eso fue que me levanté e investigué, lo más disimuladamente posible, los demás vagones del tren. Uno por uno, fui examinando.

Mi desesperación iba creciendo a medida que comprobaba su ausencia en cada uno de los compartimientos que revisaba.

Estaba al borde del abismo de la desesperanza y desazón, cuando finalmente le vi, descansando en el último asiento del vagón final. Me conocía lo suficiente como para saber cómo me pondría al sentarme a su lado, por lo que decidí hacerlo frente suyo.

Me di cuenta de que había ingresado en mi estado catatónico cuando el contacto de sus ojos con los míos me despertó. Nuestras miradas se cruzaron por un breve instante que, a mi juicio, fue eterno. Desvió rápidamente la vista, mientras me preguntaba cuánto tiempo le habría estado viendo. No a R en cuestión, sino al motivo por el cuál le llamaba así. R era por rizos, aquellas finas hebras color ámbar que brillaban con el débil Sol del atardecer que ingresaba por las diminutas pero numerosas ventanas. Su cabello era tan llamativo y atractivo como lo era de perfecto.

¡Cómo me cautivaba aquello! No había vez que no me embobase viéndole, y entonces sucedía. Todas las mañanas, a las ocho y cuarenta y tres, apenas dos minutos antes de que el tren se detuviese en la estación de Perry, tomaba la decisión. Mis cuerdas vocales, lentamente, se preparaban para vibrar y generar la frase.

Apenas lograba balbucear una serie de vocablos sin el más mínimo sentido o coherencia. Sin embargo, conseguían que por lo menos se voltease, aunque fuese sólo un instante, para luego volverse nuevamente a la puerta mecánica y salir.

Y así, cada día me quedaba con las palabras en la boca, esperando al siguiente para asomarse tímidamente, en busca de una nueva oportunidad, en un horrible ciclo de interminable sufrimiento.

jueves, 6 de agosto de 2009

Amistad

Amigos. Cuando decimos "amigos", solemos referirnos a, básicamente, todo aquel que conocemos y no odiamos. Sin embargo, en realidad estamos hablando de meros conocidos y compañeros, pero, por alguna razón, sentimos la necesidad de llamarlos como tales. No mejores amigos, sólo amigos.
¿Entonces cuál es el verdadero significado de la palabra "amigo"?
Solemos definirlo como una persona, cercana a la nosotros, a la cual conocemos y apreciamos mucho, y si lo pensamos, la mayoría de las que conocemos no entra en esta simlpe clasificación. ¿Alguna vez nos preguntamos por qué igualmente los llamamos así?
Mi opinión, es porque sentimos la necesidad de ser más cercanos a las personas, o tal vez por el simple hecho de que, al ser tan desinteresados el uno por el otro, el conocerse no sea un verdadero requerimiento para ser amigo.
Sin duda apreciaremos a aquel que llamamos así, pero sólo lo suficiente como para no odiarle.
Esto no puede osar llamarse "amistad".
Estos son los motivos por los que yo creo que no puede ser considerado un amigo así. Deberíamos reafirmar este concepto. Es una denominación prestigiosa dentro de las relaciones de un individuo, merece un poco más de exclusividad.
Creo que un verdadero amigo es aquel que puede tolerarte.
Alguien que, a pesar de que lo hieras, incluso sabiendo que quizás lo hagas otra vez, vuelve. Porque sabe que no quisiste hacerlo.
Alguien con el que te peleas pero sabes que, aún así, en el fondo te sigue apreciando, te sigue queriendo.
Alguien que aceptará tus disculpas cuando sea necesario, y que te rendirá las suyas propias también.
Alguien que te respeta y que tu también respetas.
Alguien en quien pudes confiar y que confiará en tí.
Alguien que, por más que quieras, no podrás odiar, y que no podrá odiarte.
Alguien que siempre estará ahí cuando lo necesites, y que cuando te necesite también estarás.
Alguien con el que no necesitas tener intereses comunes ni nada similar, sino que con que te quiera basta.
Alguien a quien, con total seguridad, puedas llamar amigo.

Excusas, Excusas

Siento que debo justificar la ausencia de material nuevo en el blog, así que paso a explicar: Estoy preparando un serial nuevo (sí, Estudiantes Desesperados seguirá a medida que vaya arreglando los errores en los capítulos), es una historia más interesante y me arriesgo a decir profunda también, que las demás, es una especie de terror paranormal combinado con aventura, y está repleta de referencias a personas, lugares y acontecimientos reales. Como sea, en cuanto terminen las cuatrimestrales voy a poder dedicar un poco más de tiempo. Tal vez en uno o dos meses esté lista la primer temporada del serial. Mientras tanto, voy a seguir con Estudiantes Desesperados (eventualmente xD). En fin, sigan leyendo este blog, las pocas personas que sepan de su existencia.
A pesar de que no tenga talento, me gusta saber que la gente al menos se toma la molestia de leer algo de lo que escriba antes de mandarme a la mierda cuando empiezo a hablar de mis proyectos.
Sin más, hasta futuras publicaciones.

jueves, 30 de julio de 2009

Amanecer

Había visto el amanecer una única vez en mi vida, y nunca nada tan bello se había aparecido ante mis ojos.

Por esos momentos necesitaba algo que me levantara el ánimo. Me levanté de la improvisada cama de la sala y me abrigué lo suficiente como para sobrevivir en el invierno neooxfordiano montañés.

Me encaminé al gran acantilado, ubicado en el extremo oeste de la reserva, aunque conocía, y muy bien, las reglas, las cuales prohibían terminantemente su ingreso.

Pero eso ya poco me importaba. No ahora que lo sabía. Por algo aconsejan jamás escuchar a escondidas. Era una pena que tuviese que entenderlo de tan horrible forma.

Me recosté en la hierba recién bañada por el rocío matutino. ¿Merecía la situación que me encontraba intentando sobrellevar? Reconozco que aquello que hice estuvo mal. Pero por lo menos quise encomendarlo. No entiendo porqué el destino me maldijo por al menos intentarlo. Lo único que quería era compensárselo.

Sin embargo, había fallado. Y rotundamente, por cierto. Me abracé. A pesar del considerable abrigo, sentía al aire helado. ¿Tendría algo que ver aquel frío con mi estremecer? ¿Se trataba de otra cosa? ¿Acaso de lo que acababa de descubrir? ¿Era por los tortuosos sucesos sucedidos en las últimas semanas?

Sólo había algo claro en aquella absorbente y oscura negrura: el hecho de que no me sentía para nada bien. El alba aliviará mis penas, o al menos eso fue lo que me repetí una y otra vez, intentando convencerme. Pero, ¿me vería entonces obligado a acudir a este lugar y observar el apacible amanecer todos y cada uno de los restantes días de mi miserable y tortuosa vida para no sucumbir? ¿Sería capaz de hacer esto hasta el final, con tal de no matarme? Y, en todo caso, ¿valía aquello la pena? Sobrellevar lo que restaba de mi pena sería difícil, y más aún sabiendo que la máxima recompensa posible por ello sería ver la sencilla alborada. Tan sólo eso.

Era muy tentador. No fui consciente de mis movimientos cuando me acerqué al extremo del abismo y perdí mi mirada entre las olas rompientes y las gigantescas rocas que las rodeaban, desde casi cincuenta metros más abajo. Las oí susurrar. “Ven, acércate, zambúllete en la eterna paz, líbrate de todos tus problemas y preocupaciones”. El tono era suave y no me lo hacía más fácil. Sumido aún en aquel profundo estado de estupor, di un paso al frente. Sólo dos o tres más y ya todo habría acabado. Jamás tendría que molestarme por algo más.

Fue entonces, a escasos momentos de lograrlo, cuando me asaltaron las dudas. ¿Dolería? ¿Hallaría paz? ¿Qué sucedería una vez mis huesos y órganos colapsaran? ¿Habría un cielo o infierno? ¿Espacio en blanco? ¿Cómo sería dejar de vivir? ¿Dejar de pensar? ¿De razonar?

Fueron todos misterios de la vida, o muerte mejor dicho, que siempre quise develar. Esa fue la razón que me llevó a dar unl segundo paso, y seguramente hubiese dado el tercero y final, pero algo me detuvo. Pasos cercanos. Sonoros. Me di la vuelta y le vi. Su voz me llegó a la distancia, instantes después. Cualquier persona me hubiera reportado, pero no, aquella no. Le sonreí distraídamente cuando llegó a mi encuentro, perdiéndome en sus ojos verde azulados, pacíficamente claros como agua de manantiales. En su mirada no noté el menor atisbo de preocupación, sino la seguridad y felicidad que siempre acompañaban su bello rostro. No se había percatado de mi intento de suicidio.


Dedicado a CDLOL, mi quinta inspiración

miércoles, 29 de julio de 2009

Sin querer, by Nadia Said

Simplemente te ví, quizá no esperaba encontrarte en ese lugar, ni en ese momento. Sin querer, presentí que te queria. Sin querer te abraze, Y raramente tus manos se adhirieron a mi. Tus ojos me llenaron de felicidad. Es que en ese instante todo parecía distante y tan real. Entre miradas aprecie tu sonrisa. Bastara con solo mirarnos para saber que estabamos enamorados. Tu voz tan dulce y seductora armonizabacon el perfume que retenias. Y entre caricias y halagos, sin querer presenti que te amaba.

(tiene derecho de autor)

domingo, 26 de julio de 2009

Estudiantes Desesperados, Capítulo III

Es un hecho que todo el mundo se crea una máscara de sí mismo para que el resto del mundo no vea quién es realmente. Todos sin excepción, pues cada uno tiene algo que esconder, aunque están también esos casos en los cuales las creamos para enmascaras nuestras inseguridades. Emma, por ejemplo, se oculta tras el disfraz de zorra desvergonzada para que las demás personas no vean lo realmente sensible y comprensiva que es. Y están aquellas que se refugian y aferran a ellas porque les permiten, no sólo esconderlos, sino también abandonarlos, olvidarlos, tales como Códex. Mi amiga se centra en la informática y se esconde detrás de la seguridad, exactitud y perfección de los computadores para ignorar que ella misma es en realidad una persona muy problemática y compulsiva.
Mucha gente asocia estas máscaras con las mujeres, pero no sólo el sexo femenino se forma personalidades escudo. Algunos hombres tienden también a tener incluso un mayor arsenal de yoes que nosotras, como aquellas que usan cuando están con sus amigos, con su familia y con las chicas. Sin embargo, todas ellas tienen algo en común, pues siempre hay un secreto detrás, un secreto que no puede estar presente en ninguna de las personalidades, un secreto que debe ser ocultado a toda costa. Michael, por ejemplo, se esconde tras los músculos para aparentar tener mayor masculinidad y que así la gente no pueda concebir la calidad de su condición y para así él mismo no tener que afrontarla, de la misma forma en que Esteban se descarga en sus libros para no lidiar con sus problemas y sentimientos, temeroso del fracaso.
Sí, es un hecho que todo el mundo se crea máscaras, pero a veces uno no recuerda comprobar bien el ajuste de su elástico y ésta cae, y el descuido revela a la verdadera persona, junto con aquello que se pretende ocultar.


Códex se encontraba sentada, en profundo silencio y meditación, en una de las mesas del extremo este de la cantina de la Universidad, junto a Esteban y Emma, quienes conversaban sobre el recientemente descubierto secreto de mi hermano.
—Voy al baño —dijo mi amiga, y se levantó.
Esta frase incomodó a mi novio, quien hizo una mueca, y a ella misma incluso, puesto que a ambos le recordaba a aquella fatídica tarde de estudio. En cambio, la zorra sólo asintió con desgano y desinterés.
Atravesó la amplia habitación y el interminable pasillo que le seguía. Pasó junto a muchas aulas, espiando su interior como solíamos hacer. Pero se detuvo junto a una, y clavó frenéticamente los ojos en la imagen que podía ver a través del cristal transparente del penúltimo salón a la derecha. Lanzó un terrible y sonoro grito cuando lo vio. Michael besándose con otro hombre. Al darse cuenta de la idiota locura que había hecho, corrió desesperada de vuelta hacia la cantina. En el exacto instante en que Códex abrió la puerta de la cantina y se precipitó dentro, mi hermano abrió la del aula donde se encontraba. Miró hacia todos lados, pero ya no se veía a nadie en el pasillo.
Una vez sentada en la mesa, intentó recuperar el aliento.
—¿Qué te pasó? —preguntó Esteban—, ¿No ibas a ir al baño?
—Ni se imaginan lo que vi en el pasillo —dijo mi amiga al lograr respirar con normalidad.
—Habla —ordenó Emma, y se le acercó para escuchar mejor.
—Estaba casi al final del pasillo. Estaba miraba dentro de las aulas frente a las que pasaba y, casualmente...
Entonces se detuvo.
—¿Casualmente qué?
—Descubrí a Michael besándose con un chico —gritó, en una serie de casi ininteligibles pitidos.
—¿Qué? —exclamó Esteban.
—Te dije que era gay —le dijo Emma con suficiencia.
—Er... ¿Podríamos cambiar de tema? Me pone algo incómoda hablar de esto —preguntó inocentemente Códex.
—Está bien. Yo descubrí la homosexualidad de Michael y Códex la confirmó, así que te queda a ti averiguar el siguiente secreto —le dijo la zorra a Esteban.


Costó considerablemente conseguir que mi padre aceptara la visita de mi novio sin una muy buena razón. Sin embargo, una vez se encontró sentado en el gran sofá negro de cuero de perro, frente a él en la sala de estar, repleta de reliquias, tesoros y premios de antaño, no supo qué hacer. Le sirvió té e hizo una gran actuación haciéndole creer que realmente lo estaba bebiendo. La verdad es que le resultaba igual de repulsivo que el café.
Se le agotaba el tiempo. Comenzó a desesperar, pues ¿Cómo podría sonsacarle a Richard Maurtir el secreto más profundo oscuro de su vida? Se le ocurrieron variadas ideas, pero ninguna parecía muy capaz de funcionar. Entonces mi padre empezó.
—¿A qué has venido? —inquirió fríamente.
—¿Por qué lo pregunta? No tengo ningún interés particular, solo vengo a ver qué tal está, debe querer hablar con alguien, eso es seguro, así que me dije...—improvisó, intentando de ganar tiempo.
—Algo quieres —lo interrumpió, casi con violencia—. No vas a venir hasta aquí por simple caridad emocional. ¿Es por su testamento acaso?
—¿Qué? No, no, yo...
—Pues no tenía uno hecho —afirmó—, y según las leyes de la solemne nación de Lekishire, los bienes y dinero pertenecen aún a la familia. No tendrás su parte de la herencia.
—No, señor. No he venido por eso —empezó, sin saber muy bien qué decir. De repente, del profundo mar de nervios, se le apareció algo, y dijo, con un tono que incitaba a confianza y amistad: —Lo sé, Richard.
—¿El qué?
—Tu secreto.
—¿De qué hablas?
—No te hagas el que no sabes, pues sé perfectamente lo que hiciste. Está bien, no tienes porqué preocuparte, está bien seguro conmigo. Lo entiendo
—¿Quieres decir que te parece bien, que siquiera entiendas que haya engañado a mi difunta esposa desde, básicamente, la mitad de lo que duró nuestro matrimonio, y que al nacer Emma Reardon, fruto de tan horrible pecado, no la reconociese como mi hija?
De la sorpresa que se llevó, Esteban escupió el té que aún tenía en la boca, el cual estaba a punto de devolver a la taza, sobre la alfombra. ¿Richard era el padre de Emma? Ahora todo le parecía tener sentido. Eso explicaba porqué se sentía tan aliviado en el funeral, el secreto del amorío se iría a la tumba con su hija y había invitado a Emma porque en realidad era su hija, porque quizás buscaba acercársele, intentando arreglar todo el daño que había causado estando ausente de su vida.
—¿Qué te sucede? —desconfió mi padre.
—Er... —tenía que pensar en algo o estaría perdido—. Es que siempre me sorprende un poco cada vez que pienso en eso y, bueno, me pasan cosas como estas —resolvió.
Le sonrió nerviosamente y miró en una dirección en la cual no tuviera que cruzarse con los penetrantes y furiosos ojos de Richard Maurtir, intentando pensar en cómo salir de allí.


Esa noche, mis tres y Emma se encontraron en la sala de estar para discutir sus nuevos hallazgos. La zorra no tenía nada qué decir y mi amiga se mantuvo en silencio, no pensaba hablar de lo que había visto, por lo que sólo fueron revelados los de mi novio.
—Hoy descubrí que Richard Maurtir tuvo un amorío.
—¿Qué? —saltó Michael.
—Que tuvo una aventura —repitió Emma, con un tono burlón.
—Pero eso es imposible, el jamás haría algo así. No sería capaz. ¿O sí?
Mi hermano se pasó nerviosamente las manos en el cabello despeinado y con vestigios del gel que se había colocado en la mañana. Se tapó la cara, lo negaba. Códex lo abrazó e intentó consolarlo.
—¿Sólo eso? —preguntó Emma, algo desconfiada, y Esteban la miró por unos instantes, dudando qué hacer.
—Sí, sólo eso —acabó por decir.
—Bien —entonces la zorra se volvió hacia Michael—. Si vamos a averiguar los secretos no debemos mentirnos más entre nosotros. Sabemos de tu... condición.
Esteban y Códex se quedaron boquiabiertos ante su repentino atrevimiento, y mi hermano sin habla.
—No hace falta que digas nada —prosiguió—. Y recuerda que, siendo tus amigos, no te vamos a juzgar.
La zorra lo dijo tan convincente y comprensivamente que mi novio y mi amiga se sintieron aún más estupefactos.
Tres horas más tarde, Emma partió y mis tres se quedaron solos. Esteban no llego a contenerse un minuto más
—Hubo una parte del hallazgo que omití —soltó.
Entonces se detuvo por unos momentos, ya medio arrepentido por hablar. Mi hermano y mi amiga se impacientaron
—Déjate de tanto suspenso y dinos.
—Esta tarde, no sólo averigüé que tu padre era infiel, sino que también tuvo una hija.
—¿Y qué hay con eso?
—Esa hija... creo que es Emma.
—¡¿QUÉ?!
—Puede ser un error, digo, hay miles de Emmas Reardon en Lekishire, ¿No?
Fue ese el momento en que un camión de mudanza llegó. De él bajó una muchacha morena de cabellos oscuros con una amplia sonrisa. Parecía que se instalaría en la casa de enfrente. Mis tres abrieron la puerta y salieron a la calle a darle la bienvenida a la nueva vecina.
—Hola —saludó—, mi nombre es Catherine Clover. Estoy segura de que seremos buenos amigos.
—Bienvenida al campus, Catherine.
—Oh, llámenme Cathy —añadió, con una amplia sonrisa de oreja a oreja.
Saludó a los dos chicos, pero Códex se quedó detrás, negándose a avanzar. Paralizada.
—No te preocupes, Lily —dijo Catherine—, no voy a comerte.

jueves, 23 de julio de 2009

Estudiantes Desesperados Capítulo II

Advertencia: este texto no debe ser leído por menores de 18 años xD



~


Nuestros "Medios"


No tardaron en seguir el consejo de Emma. Pocos días después de la reunión, comenzaron a hacer uso de “sus propios medios” para intentar develar el misterio de mi suicidio. Los métodos eran variados, puesto que cada uno tenía su propia arma secreta y personal con la que intimidar, extorsionar y/o timar al otro. Michael podía amenazar con romperle la cara, Códex podía analizar y revisar todos y cada uno de los archivos de sus computadoras, Esteban engañarlos con infalibles trucos novelescos para que revelasen la verdad sin darse cuenta, pero Emma tenía la mejor y más infalible de todas: la seducción.

Ya entrada la segunda semana a mi muerte, la búsqueda de los secretos se volvió un juego difícil, al menos lo suficiente como para que sus jugadores comenzasen a hacer trampa para ganar, o amenazar con renunciar.

—Ya estoy harta —comentó Emma—. Hace días que estamos buscando el más mínimo descuido, pero esos dos se han vuelto tan cuidadosos que da asco. Así jamás vamos a poder averiguar nada.

—Esa es la idea, querida —le dijo Códex con una superioridad que no se tomó el trabajo de disimular. Habían decidido aliarse en la caza. Esa era la causa por la cual en esos momentos comía silenciosamente a su lado, en una de las mesas más apartadas de la cantina, observando la mesa donde estaban sentados Michael y Esteban—. No puedo creer que Ara se haya suicidado por el sólo hecho de guardar secretos, quiero decir, no creo que pueda provocar tanto estrés como para querer tomar un arma y volarte los sesos.

—No te creas. Estás considerando los secretos como cosas normales, en ese caso no puede provocar un suicidio, pero eran muy privados, “sus más profundos e íntimos” —me citó—. Y suponemos que bastante terribles y…

—Pero ¿Cómo cuáles? —la interrumpió—. ¿Un asesinato? ¿Una cuestión de sexualidad? ¿Qué? Por Dios santo, que alguien...

—Tranquilízate, querida, date la vuelta, sonríe y saluda, que nos están mirando.

Mi amiga se dio la vuelta y descubrió a mi hermano y a mi novio observándolas con detenimiento. Les sonrió falsa y distraídamente, al tiempo que los saludaba, tal y como la zorra le había dicho, y le devolvieron el gesto.

—¿De qué crees que podrían estar hablando? —le preguntó mi hermano a Esteban.

—De los secretos, eso es seguro —hizo una pausa para beberse un largo sorbo de su chocolate, bien frío cabe aclarar, puesto que lo odia caliente y aborrece el café—. Han de estar pendientes de cada uno de nuestros movimientos, el más mínimo descuido y estás muerto. La táctica defensiva más efectiva para este tipo de situaciones es fingir que nada sucede y parecer despreocupado.

Michael tragó saliva.



Ese mismo día, Emma acudió al gimnasio de la Universidad y se sentó en las gradas a observar detenidamente a mi hermano. Fueron dos horas seguidas de verle dar vueltas y vueltas a la cancha con un increíble esmero e inhumana velocidad. No cabía dudas de que lo hacía para descargarse.

Cuando acabó por detenerse, se recostó en el suelo de madera. Creía que su entrenamiento había finalizado de una vez por todas. Sin embargo, antes de que pudiese siquiera pestañar, Michael comenzó a hacer abdominales. Media hora más tarde, se levantó de un salto y corrió a los vestuarios, empapado en sudor. No se había percatado de que la zorra lo había estado espiando todo el rato y en esos momentos bajaba de dos en dos los escalones de las gradas para luego seguirlo con extremo sigilo. Miró a su alrededor. No había nadie en el gimnasio más que ellos dos, de modo que entró. Se encontró con mi hermano a punto de desvestirse. Fue entonces cuando se sacó la ropa de calle y se puso un nada recatado camisón negro transparente que dejaba ver todo, y por todo, me refiero a absolutamente todo. Esperó un poco y, al cabo de unos segundos, salió de entre las sombras y se abalanzó sobre él, lanzándolo al suelo.

Emma Reardon no conocía ni concebía la existencia de otra forma más sencilla, rápida, eficiente y placentera que seducir a la gente para conseguir lo que quería. Sin embargo, esta vez no le funcionaría. Michael se incorporó y se cubrió con una toalla.

—¡¿Qué te crees que haces?! —le gritó—. ¡Maldita degenerada!

Emma, más que sorprendida, intentó excusarse, pero los continuos insultos de mi hermano no la dejaron. Finalmente, ofendido y con rabia, salió con el bolso en mano y tapado únicamente con la toalla, dando un fuerte portazo y dejándola perpleja.



Esa misma noche, Esteban, Códex y Emma volvieron a reunirse en los sillones de la sala de estar. Mi hermano se había encerrado en su habitación hacía horas, luego del incidente en el gimnasio, y, a pesar de los constantes llamados de mi novio y amiga, se negó a salir.

—¿Ha descubierto alguno algo? —preguntó Esteban, una vez habían desistido en intentar sacarlo.

Chigaimasen*, absolutamente nada —dijo Códex— ¿Y tú?

—Tampoco.

—Parece ser que entonces yo soy la única que ha hecho avances.

—¿De qué hablas, Emma? —le preguntó mi amiga, en parte temiendo la respuesta.

—Antes que nada, quiero comunicarles que, si no empiezan a molestarse un poco más en esto, y hacer un poco de trampa tampoco viene nada mal, no averiguarán nunca nada. Por mi parte, yo me he arriesgado.

—Vamos, cuenta.

—Seguí a Michael hasta el gimnasio. No se imaginan cuánto corre sin detenerse y...

—Emma...

—Está bien. La cuestión es que lo seguí hasta el vestuario y me puse mi mejor lencería erótica...

—¿Tuvieron sexo?

—¿Me pueden dejar terminar?

—Bueno, adelante.

—Yo estaba semidesnuda, y él desnudo. Me abalancé sobre él. Pensaba sacarle la verdad con el sexo, pero se negó. Se levantó, me insultó, se cubrió con una toalla y se fue.

—¿Y eso qué prueba? —ambos estaban confundidos.

—No es por ser presumida, pero todo el mundo tiene una erección cuando ve mi cuerpo desnudo o, en este caso, semidesnudo, pero yo no vi ni la más mínima... reacción. Eso me parece bastante sospechoso, ¿A ustedes no?

—¿Insinúas que Michael es homosexual? —saltó Esteban en su defensa.

—No creerás que si al verme desnuda y no tener algún tipo de manifestación de excitación sexual es heterosexual, ¿cierto?

—Pero...

—Hagamos una prueba.

—¿De qué estás hablando? —le preguntó Códex, nerviosa.

—Vamos a ver si tengo razón.

—¿Qué piensas hacer?

—No tienes cinco años, querida, lo sabes perfectamente. Si prefieres no ver mi pequeño... experimento por así decirlo, puedes cerrar los ojos o nos vamos arriba. Te aseguro que no durará ni un momento.

Mi amiga se quedó inmóvil y boquiabierta mientras la zorra arrastraba a Esteban a su habitación, con una amplia sonrisa de satisfacción en su rostro.

Bajó tan sólo unos momentos después, con mi novio detrás, su vista clavada en el suelo.

—Te lo dije.

Los dos volvieron a sentarse, la zorra con una expresión de la más pura suficiencia, pues había demostrado que tenía razón, y mi novio, rojo como un tomate por la vergüenza y sintiéndose terrible porque pensaba que me había sido infiel. Códex los miraba nerviosamente.

—Está confirmado, Michael es homosexual.

Las dos mujeres continuaron hablando sobre el tema mientras Esteban se encontraba sumido en un profundo silencio, refugiado en sus profundos y posiblemente oscuros pensamientos, como solía suceder.

Si tan sólo se hubiesen dado la vuelta por un segundo, hubieran podido divisado el rostro de una extraña observándolos cuidadosamente a través de la ventana, estudiando sus gestos, leyendo sus labios, adivinando sus pensamientos.

—Es un gran alivio, aún no lo saben —dijo.



*Expresión coloquial, exageración del no.

miércoles, 22 de julio de 2009

La Oscuridad

Una amiga me pregunto una vez, "¿Por qué la noche me pone tan melancólica?".
Hay miles de razones por las cuales podemos llegar a sentirnos así, y aún más si, como yo, ella y muchas otras personas más, agregamos al hecho una larga lista de reproducción repleta de deprimentemente románticas canciones.
¿Pero cuál es la causa? ¿Qué es aquello que nos causa tanta pena? ¿De dónde proviene aquel disparador de la agonía emocional?
Honestamente, yo creo que de la esencia misma de la noche: la Oscuridad, aquella a la cual durante el día estamos demasiado ocupados como para prestar atención. Tan misteriosa como nuestro destino mismo, nos evoca la necesidad de profundizar en ella, sumergirnos en un opaco mundo donde nuestra curiosidad se da rienda suelta, la dimensión regida sólo por los límites de la propia imaginación.
Y es entonces cuando nuestra mente ausente vuela y se pregunta: ¿Qué tal si...?
Mil fragmentos difusos, cristales rotos, se alinean, se unen, dando forma a una imagen, un vitró que constituye una realidad alterna. Sea cual sea el carácter de nuestra fantasía, nos veremos entristecidos al acabarse. Si es una feliz, tememos que jamás ocurra, y si es una triste, tememos que pueda llegar a convertirse en realidad alguna vez. En ambos casos nos vemos aterrorizados por su realismo, pues esta es la clave.
Tan reales que duele vivirlos aunque fuese sólo en aquel oscuro y atractivo vacío negro.
Tan dolorosa es esta reacción, tan triste, tan patética, tan melancólica

lunes, 20 de julio de 2009

Estudiantes Desesperados, Capítulo I

Abro un nuevo serial, aunque algunos ya lo conocen, es Estudiantes Desesperados, la historia más... picarezca por así decirlo, que he escrito hasta ahora xD



~

Nuestra historia comienza aquí, en el campus de la Academia G. C. P., en la ciudad de Nueva Oxford, Lekishire. Mi nombre es Ara Maurtir, una respetada señorita de la alta sociedad. Antes de mi trágico accidente, estudiaba en esta Academia. Tenía las más altas notas, era bella, talentosa y adinerada. Fueron estos los factores que hicieron que jamás nadie hubiese podido llegar a suponer lo que ocurriría aquél fatídico día de enero.

Nos encontrábamos en la biblioteca de la Universidad, preparando un trabajo final, cuando me levanté de la mesa.

—Voy al baño —dije, aunque en realidad lo que menos tenía eran ganas. Al menos, no de lo que ellos creían.

Subí las agotadoras e interminables escaleras hasta llegar al tercer piso, donde se encontraban los lavabos. En mi camino, pasé junto a un gran ventanal. Pensé en tirarme reiteradas veces.

—Es más difícil —me dije para mis adentros—. No tengo la valentía suficiente como para hacerlo.

De modo que entré al baño de las chicas y metí la mano en el bolso. Tanteé una empuñadura y la sujeté firmemente por unos segundos. Congelada por el temor, mi respiración se volvió nerviosa y pesada.

—¿Estará bien? ¿Será corto? ¿Sufriré mucho?

Al cabo de unos instantes que se me hicieron eternos, me armé de valor y saqué el arma. Observé mi reflejo en el metal e, instintivamente, me arreglé el cabello. Si pienso suicidarme debo asegurarme de que mi cuerpo sin vida se vea bien, aunque acabe pudriéndose en un cajón seis pies bajo tierra. Estaba a punto de jalar el gatillo, cuando me di cuenta de que me había olvidado de algo fundamental: la carta suicida. Naturalmente, no tenía con qué escribir ni dónde, por lo que decidí improvisar. Tomé el lápiz labial y escribí en el espejo. No estoy muy segura de qué podrían decir aquellos últimos garabatos rojo carmín, pero lo más seguro es que no hayan sido demasiado agradables. Una vez acabé, guardé el maquillaje en el bolso y tomé el arma nuevamente. Le quité el seguro. Probé diferentes posiciones, pero ninguna me gustó demasiado, hasta que decidí simplemente apoyarla en mi sien. Titubeé durante unos breves instantes hasta que finalmente presioné el gatillo y me desplomé en el suelo, muerta. Debí de haber hecho una considerable cantidad de ruido, puesto que al cabo de unos pocos minutos, mis amigos subieron corriendo agitadamente por las escaleras.



Mi funeral tuvo lugar tres días después de mi muerte y fue bastante privado. Sólo mi padre, Richard Maurtir, multimillonario empresario dueño de Unstable Corp., mi hermano, Michael, uno de los tontos deportistas musculosos y descerebrados del montón, mi novio Esteban, talentoso escritor de novelas sin final y dibujante retirado, nativo de un país latinoamericano, mi mejor amiga Códex, hábil programadora y única con la capacidad de interpretar el funcionamiento de todo artefacto jamás inventado, y la zorra del campus, Emma. Realmente no sé qué podría llegar a hacer allí. No la considerábamos amiga, por lo menos no yo. Entonces, ¿Qué hacía ella ahí?

—¿Por qué crees que lo hizo? —le preguntó Esteban a Códex.

—No lo sé, pero estoy segura de que fue por algo muy grave, de eso no cabe duda.

—Pero ella jamás haría algo así, Ara amaba la vida. Creía que era el milagro más grande de todos.

—No me explico entonces porqué lo hizo. ¿Por qué? —se volteó hacia mi novio—. ¿Por qué lo hizo, Esteban?

Antes de que pudiese replicar, rompió a llorar en su hombro. La abrazó.

—No lo sé, pero lo averiguaremos —la consoló—, pronto.

En el otro extremo de la habitación, mi hermano lloraba mientras acariciaba mis dorados cabellos, su tristeza evidenciada en sus ojos hinchados y rostro empapado de lágrimas. Fue en ese momento cuando, repentinamente, de detrás suyo, Emma apareció y lo abrazó. Se soltó, casi instantáneamente cabe aclarar, y entonces comenzó a gritarle:

—¿Qué te crees que haces?

—Te estoy consolando por tu pérdida, por supuesto, ¿Qué más habría de estar haciendo?

Entonces comenzaron a discutir.

Mi novio dirigió la mirada hacia otra esquina de la habitación, donde se encontraba mi padre. Su rostro lucía impasible mientras observaba el paisaje del campus a través de la gran ventana frente suyo. Parecía como si no le importase en lo más mínimo que yo ya no estuviese más con vida. Se lo veía incluso aliviado. Pensaba en reflexionar sobre eso, pero entonces debió atender a mi amiga, quien volvió a llorar. La pelea entre Michael y Emma se tornó más acalorada, y los insultos no tardaron en volar por todo el lugar.



Aquella noche Esteban, Códex y Michael no pudieron dormir, los recuerdos de todo aquello que pasaron junto a mí los torturaban. Los abrazos, las charlas, las peleas, los juegos, los secretos confiados, todo. Y en ese mar de tristeza y depresión, siempre estaba presente aquel horrible sentimiento de “¿Por qué no hice nada? ¡Debería haber hecho algo para evitarlo!”. Tampoco faltaba la clásica pregunta de porqué habría querido quitarme la vida, qué cosa tan terrible me podía haber sucedido como para que tomase tal decisión. Tan lejos de averiguarlo, indagaban sobre mí, cuando era sobre ellos de quienes debían hacerlo.

Sí, sin duda esas tres personas no dormirían tranquilas esa noche. En cambio, en la otra punta del campus, en una casona sobre la calle Mann, Emma Reardon dormía como un bebé, totalmente despreocupada, puesto que yo no le importaba un perro*.



La semana siguiente al incidente fue relativamente normal. Todos los que no estaban directamente implicados parecían haberlo olvidado, o al menos no se veían demasiado tocados por el hecho, aunque las chicas no perdían oportunidad de intentar “consolar” a mi hermano y a mi novio. Sin embargo, ellos dos y mi amiga habían tenido notables cambios en su actitud. Michael se había vuelto incluso más introvertido que antes. A duras penas salía del gimnasio, y cuando lo hacía, no hablaba con nadie. Podría decirse que las pesas eran su distracción. Esteban modificó totalmente los temas de sus historias. Si antes me parecían tétricos sus relatos, no sé cómo describirlos ahora. Mi amiga, por otro lado, optó por un sano y productivo pasatiempo: decidió centrarse en la reconstrucción y “desobsoletización” (término creado por ella misma) de una antigua computadora de principios de los ochenta. Incluso Emma parecía estar cambiando, aunque fuese lentamente, su actitud de zorra a una algo más normal.

Ese mismo día, los cuatro habían acordado reunirse en la biblioteca con la excusa de realizar un trabajo de clase. Sin embargo, aquello que hicieron tuvo poco que ver con ninguna clase de la Academia.

Al llegar al edificio y encontrarse, no lo dudaron ni por un segundo, y subieron corriendo las escaleras, con rumbo el tercer piso, sólo para encontrarse con un baño de mujeres clausurado y un guardia en la puerta.

—Hasta aquí llegamos —dijo Códex.

—No lo creo.

Se voltearon hacia la zorra, quien, con una ampliamente falsa e igualmente irresistible sonrisa, cruzó el corredor contoneándose vivamente y se le acercó al hombre.

—¿Está coqueteando con él? —le murmuró Michael a Esteban.

—Eso parece.

Y, de la nada, la muchacha lo tomó de la corbata y le plantó un beso. Los tres oyeron un sonoro ruido que les indicó que estaban haciendo algo más contra una de las paredes. Entonces les hizo señas para que entraran. Una vez lo consiguieron, se soltó del guardia, que por esos momentos se encontraba en la quinta nube, y entró también.

Por mera casualidad, y gran fortuna para ellos, el espejo con mi nota no había sido limpiado aún. Mi amiga se acercó y lo leyó en voz alta:

—“Si están leyendo esto es que he dado el gran paso. Antes de que se apresuren a sacar conclusiones, quiero aclarar que no padezco de ningún trastorno psicológico o mental. Lo que me llevó a cometer este acto fue el estrés. El estrés de lidiar con sus más profundos e íntimos secretos —hizo una pequeña pausa y tragó saliva antes de continuar—. Aquellos por los cuales morirían si se diesen a conocer” —concluyó.

El resto de mi carta estaba borroneada. Códex, quien se había contenido hasta ese momento, no lo soportó más y rompió a llorar. Los cuatro se fueron, y en el instante en que lo hicieron, una muchacha de tez oscura salió de uno de los cubículos del baño. Su mano estaba manchada de un pastoso rojo carmín.



Ya entrada la noche, mis tres (de ahora en más así denominaré al conjunto formado por mi hermano, mi novio y mi amiga) y la zorra, se encontraban en la sala de estar de nuestro lúgubre y amplio hogar, sobre la calle Madison, en el centro del campus.

—¿A qué secretos creen que se refería Ara? —preguntó Códex, rompiendo el silencio que había imperado en la habitación por los últimos quince minutos

—Dijo “sus más profundos e íntimos” —dijo Esteban, con un dejo sarcástico, recalcando lo obvio, y agregó:—. Seguramente, la carta se refería a nosotros, pero ¿qué le hemos contado a ella que pueda ser tan vergonzoso?

—No necesariamente se trata de algo vergonzoso —intervino Michael, pensativo—, creo que se refería más bien a algo terrible. Oscuro.

La sala volvió a sumirse en profundo silencio. Se observaban los unos a los otros, sus rostros carentes de emociones, intentando indagar en sus contrariamente preocupados y confusos ojos cuáles eran aquellos secretos. Hasta que Emma decidió poner fin a la eterna e insoportable interrogación ocular:

—Está más que claro que nadie puede ser tan estúpido como para contar su peor secreto, así que les propongo algo: empiecen a develarlos, por sus propios medios.

Sin más, se levantó del viejo sofá y se marchó, dejando a todos con algo más en que pensar.



*Perro es la expresión coloquial para comino o bledo.


domingo, 19 de julio de 2009

W

Ya no puedo acallarlo.
Cada noche, antes de siquiera pensar en conciliar el sueño, me torturo con una deprimente y romántica canción mientras admiro su foto.

Este hábito se ha vuelto tan común en mi vida como es de doloroso ver su rostro y comprender que nuestro amor sólo tendrá lugar en mi mente, que jamás podré sentir su cercanía, su embriagador aroma.

El saber que lo único que puedo hacer en su presencia es alguna tontería y balbucear palabras sin sentido, me duele, y su solo contacto me espanta, pues temo que se vuelva mi droga y jamás supere la adicción. De esta forma, acepto los hechos, el único verdadero placer en este cruel y verdadero mundo, será, en algún punto, tenderme a su lado, con cuidado de no ejercer mayor mayor unión entre nuestras almas que la de unas miradas perdidas, y soñar con el día en que tan sólo me abrace.