miércoles, 22 de julio de 2009

La Oscuridad

Una amiga me pregunto una vez, "¿Por qué la noche me pone tan melancólica?".
Hay miles de razones por las cuales podemos llegar a sentirnos así, y aún más si, como yo, ella y muchas otras personas más, agregamos al hecho una larga lista de reproducción repleta de deprimentemente románticas canciones.
¿Pero cuál es la causa? ¿Qué es aquello que nos causa tanta pena? ¿De dónde proviene aquel disparador de la agonía emocional?
Honestamente, yo creo que de la esencia misma de la noche: la Oscuridad, aquella a la cual durante el día estamos demasiado ocupados como para prestar atención. Tan misteriosa como nuestro destino mismo, nos evoca la necesidad de profundizar en ella, sumergirnos en un opaco mundo donde nuestra curiosidad se da rienda suelta, la dimensión regida sólo por los límites de la propia imaginación.
Y es entonces cuando nuestra mente ausente vuela y se pregunta: ¿Qué tal si...?
Mil fragmentos difusos, cristales rotos, se alinean, se unen, dando forma a una imagen, un vitró que constituye una realidad alterna. Sea cual sea el carácter de nuestra fantasía, nos veremos entristecidos al acabarse. Si es una feliz, tememos que jamás ocurra, y si es una triste, tememos que pueda llegar a convertirse en realidad alguna vez. En ambos casos nos vemos aterrorizados por su realismo, pues esta es la clave.
Tan reales que duele vivirlos aunque fuese sólo en aquel oscuro y atractivo vacío negro.
Tan dolorosa es esta reacción, tan triste, tan patética, tan melancólica

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