domingo, 26 de julio de 2009

Estudiantes Desesperados, Capítulo III

Es un hecho que todo el mundo se crea una máscara de sí mismo para que el resto del mundo no vea quién es realmente. Todos sin excepción, pues cada uno tiene algo que esconder, aunque están también esos casos en los cuales las creamos para enmascaras nuestras inseguridades. Emma, por ejemplo, se oculta tras el disfraz de zorra desvergonzada para que las demás personas no vean lo realmente sensible y comprensiva que es. Y están aquellas que se refugian y aferran a ellas porque les permiten, no sólo esconderlos, sino también abandonarlos, olvidarlos, tales como Códex. Mi amiga se centra en la informática y se esconde detrás de la seguridad, exactitud y perfección de los computadores para ignorar que ella misma es en realidad una persona muy problemática y compulsiva.
Mucha gente asocia estas máscaras con las mujeres, pero no sólo el sexo femenino se forma personalidades escudo. Algunos hombres tienden también a tener incluso un mayor arsenal de yoes que nosotras, como aquellas que usan cuando están con sus amigos, con su familia y con las chicas. Sin embargo, todas ellas tienen algo en común, pues siempre hay un secreto detrás, un secreto que no puede estar presente en ninguna de las personalidades, un secreto que debe ser ocultado a toda costa. Michael, por ejemplo, se esconde tras los músculos para aparentar tener mayor masculinidad y que así la gente no pueda concebir la calidad de su condición y para así él mismo no tener que afrontarla, de la misma forma en que Esteban se descarga en sus libros para no lidiar con sus problemas y sentimientos, temeroso del fracaso.
Sí, es un hecho que todo el mundo se crea máscaras, pero a veces uno no recuerda comprobar bien el ajuste de su elástico y ésta cae, y el descuido revela a la verdadera persona, junto con aquello que se pretende ocultar.


Códex se encontraba sentada, en profundo silencio y meditación, en una de las mesas del extremo este de la cantina de la Universidad, junto a Esteban y Emma, quienes conversaban sobre el recientemente descubierto secreto de mi hermano.
—Voy al baño —dijo mi amiga, y se levantó.
Esta frase incomodó a mi novio, quien hizo una mueca, y a ella misma incluso, puesto que a ambos le recordaba a aquella fatídica tarde de estudio. En cambio, la zorra sólo asintió con desgano y desinterés.
Atravesó la amplia habitación y el interminable pasillo que le seguía. Pasó junto a muchas aulas, espiando su interior como solíamos hacer. Pero se detuvo junto a una, y clavó frenéticamente los ojos en la imagen que podía ver a través del cristal transparente del penúltimo salón a la derecha. Lanzó un terrible y sonoro grito cuando lo vio. Michael besándose con otro hombre. Al darse cuenta de la idiota locura que había hecho, corrió desesperada de vuelta hacia la cantina. En el exacto instante en que Códex abrió la puerta de la cantina y se precipitó dentro, mi hermano abrió la del aula donde se encontraba. Miró hacia todos lados, pero ya no se veía a nadie en el pasillo.
Una vez sentada en la mesa, intentó recuperar el aliento.
—¿Qué te pasó? —preguntó Esteban—, ¿No ibas a ir al baño?
—Ni se imaginan lo que vi en el pasillo —dijo mi amiga al lograr respirar con normalidad.
—Habla —ordenó Emma, y se le acercó para escuchar mejor.
—Estaba casi al final del pasillo. Estaba miraba dentro de las aulas frente a las que pasaba y, casualmente...
Entonces se detuvo.
—¿Casualmente qué?
—Descubrí a Michael besándose con un chico —gritó, en una serie de casi ininteligibles pitidos.
—¿Qué? —exclamó Esteban.
—Te dije que era gay —le dijo Emma con suficiencia.
—Er... ¿Podríamos cambiar de tema? Me pone algo incómoda hablar de esto —preguntó inocentemente Códex.
—Está bien. Yo descubrí la homosexualidad de Michael y Códex la confirmó, así que te queda a ti averiguar el siguiente secreto —le dijo la zorra a Esteban.


Costó considerablemente conseguir que mi padre aceptara la visita de mi novio sin una muy buena razón. Sin embargo, una vez se encontró sentado en el gran sofá negro de cuero de perro, frente a él en la sala de estar, repleta de reliquias, tesoros y premios de antaño, no supo qué hacer. Le sirvió té e hizo una gran actuación haciéndole creer que realmente lo estaba bebiendo. La verdad es que le resultaba igual de repulsivo que el café.
Se le agotaba el tiempo. Comenzó a desesperar, pues ¿Cómo podría sonsacarle a Richard Maurtir el secreto más profundo oscuro de su vida? Se le ocurrieron variadas ideas, pero ninguna parecía muy capaz de funcionar. Entonces mi padre empezó.
—¿A qué has venido? —inquirió fríamente.
—¿Por qué lo pregunta? No tengo ningún interés particular, solo vengo a ver qué tal está, debe querer hablar con alguien, eso es seguro, así que me dije...—improvisó, intentando de ganar tiempo.
—Algo quieres —lo interrumpió, casi con violencia—. No vas a venir hasta aquí por simple caridad emocional. ¿Es por su testamento acaso?
—¿Qué? No, no, yo...
—Pues no tenía uno hecho —afirmó—, y según las leyes de la solemne nación de Lekishire, los bienes y dinero pertenecen aún a la familia. No tendrás su parte de la herencia.
—No, señor. No he venido por eso —empezó, sin saber muy bien qué decir. De repente, del profundo mar de nervios, se le apareció algo, y dijo, con un tono que incitaba a confianza y amistad: —Lo sé, Richard.
—¿El qué?
—Tu secreto.
—¿De qué hablas?
—No te hagas el que no sabes, pues sé perfectamente lo que hiciste. Está bien, no tienes porqué preocuparte, está bien seguro conmigo. Lo entiendo
—¿Quieres decir que te parece bien, que siquiera entiendas que haya engañado a mi difunta esposa desde, básicamente, la mitad de lo que duró nuestro matrimonio, y que al nacer Emma Reardon, fruto de tan horrible pecado, no la reconociese como mi hija?
De la sorpresa que se llevó, Esteban escupió el té que aún tenía en la boca, el cual estaba a punto de devolver a la taza, sobre la alfombra. ¿Richard era el padre de Emma? Ahora todo le parecía tener sentido. Eso explicaba porqué se sentía tan aliviado en el funeral, el secreto del amorío se iría a la tumba con su hija y había invitado a Emma porque en realidad era su hija, porque quizás buscaba acercársele, intentando arreglar todo el daño que había causado estando ausente de su vida.
—¿Qué te sucede? —desconfió mi padre.
—Er... —tenía que pensar en algo o estaría perdido—. Es que siempre me sorprende un poco cada vez que pienso en eso y, bueno, me pasan cosas como estas —resolvió.
Le sonrió nerviosamente y miró en una dirección en la cual no tuviera que cruzarse con los penetrantes y furiosos ojos de Richard Maurtir, intentando pensar en cómo salir de allí.


Esa noche, mis tres y Emma se encontraron en la sala de estar para discutir sus nuevos hallazgos. La zorra no tenía nada qué decir y mi amiga se mantuvo en silencio, no pensaba hablar de lo que había visto, por lo que sólo fueron revelados los de mi novio.
—Hoy descubrí que Richard Maurtir tuvo un amorío.
—¿Qué? —saltó Michael.
—Que tuvo una aventura —repitió Emma, con un tono burlón.
—Pero eso es imposible, el jamás haría algo así. No sería capaz. ¿O sí?
Mi hermano se pasó nerviosamente las manos en el cabello despeinado y con vestigios del gel que se había colocado en la mañana. Se tapó la cara, lo negaba. Códex lo abrazó e intentó consolarlo.
—¿Sólo eso? —preguntó Emma, algo desconfiada, y Esteban la miró por unos instantes, dudando qué hacer.
—Sí, sólo eso —acabó por decir.
—Bien —entonces la zorra se volvió hacia Michael—. Si vamos a averiguar los secretos no debemos mentirnos más entre nosotros. Sabemos de tu... condición.
Esteban y Códex se quedaron boquiabiertos ante su repentino atrevimiento, y mi hermano sin habla.
—No hace falta que digas nada —prosiguió—. Y recuerda que, siendo tus amigos, no te vamos a juzgar.
La zorra lo dijo tan convincente y comprensivamente que mi novio y mi amiga se sintieron aún más estupefactos.
Tres horas más tarde, Emma partió y mis tres se quedaron solos. Esteban no llego a contenerse un minuto más
—Hubo una parte del hallazgo que omití —soltó.
Entonces se detuvo por unos momentos, ya medio arrepentido por hablar. Mi hermano y mi amiga se impacientaron
—Déjate de tanto suspenso y dinos.
—Esta tarde, no sólo averigüé que tu padre era infiel, sino que también tuvo una hija.
—¿Y qué hay con eso?
—Esa hija... creo que es Emma.
—¡¿QUÉ?!
—Puede ser un error, digo, hay miles de Emmas Reardon en Lekishire, ¿No?
Fue ese el momento en que un camión de mudanza llegó. De él bajó una muchacha morena de cabellos oscuros con una amplia sonrisa. Parecía que se instalaría en la casa de enfrente. Mis tres abrieron la puerta y salieron a la calle a darle la bienvenida a la nueva vecina.
—Hola —saludó—, mi nombre es Catherine Clover. Estoy segura de que seremos buenos amigos.
—Bienvenida al campus, Catherine.
—Oh, llámenme Cathy —añadió, con una amplia sonrisa de oreja a oreja.
Saludó a los dos chicos, pero Códex se quedó detrás, negándose a avanzar. Paralizada.
—No te preocupes, Lily —dijo Catherine—, no voy a comerte.

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